“La mente es el gran destructor de lo real. Destruya el discípulo al destructor. Abandone lo falso, entre a lo verdadero”.
Helena P Blavatsky. La voz del silencio
Autores: Equipo Logon. España.
Artículo publicado en la revista Logon.
La mente es necesaria para alcanzar el discernimiento espiritual: acumula, clasifica, procesa y asimila la información que recibimos de nuestros maestros espirituales. Parece paradójico que, al mismo tiempo, sea una limitación para alcanzar “lo verdadero”. Pero, efectivamente, así es.
En un artículo anterior analizábamos cómo, a lo largo de la evolución, los seres humanos habíamos alcanzado el máximo de individualización, de materialización, y ello gracias al desarrollo de la mente (o manas inferior), que nos permitió alcanzar “la consciencia de vernos como seres individuales, separados de todos los demás seres.” Y proponíamos como siguiente paso el volver a “la consciencia etérica que nos permitiría sabernos unidos unos a otros como si unas raíces invisibles nos unieran a todos los demás seres humanos, a todos los seres vivos, a toda la Creación.”
Parece que alcanzar esa consciencia superior requiere trascender la mente o manas inferior para entrar en la realidad del Manas Superior.
En un primer momento, la mente se siente satisfecha con la adquisición de conocimientos, pero después descubre que ello es insuficiente, que se requiere un paso más para convertir los datos en realidad experiencial, para pasar del conocimiento al saber.
Coincidiremos en que alguien puede conocer perfectamente el significado de todas las señales de tráfico, el funcionamiento mecánico de un vehículo, cómo debe ejecutarse correctamente la conducción del mismo, pero mientras no se siente ante un volante, pulse la llave de contacto y empiece a desplazar el vehículo correctamente por la carretera, no podremos decir que “sabe conducir”. En este caso el conocimiento ha pasado a convertirse en saber.
La mente acostumbra a sentirse satisfecha cuando “comprende” un tema y puede concluir ingenuamente que con la información recibida es suficiente, ha alcanzado la Verdad.
Pero, ¿qué es la Verdad?
La Verdad, la Verdad Universal, no es una colección de ideas o de postulados filosóficos, sino una Realidad, un Orden de existencia, y no se puede acceder a él de repente, sino a través de un proceso. El camino puede verse, bajo esta perspectiva, como un proceso de preguntas y respuestas que uno se hace y se responde.
Hay que encontrar buenas preguntas, que para cada uno son distintas y difieren según el momento vital. Una buena pregunta no surge de una curiosidad lógica, ni siquiera filosófica, sino de una necesidad vital. Una buena pregunta se formula con todo el ser, un ser que quiere resolver el gran misterio de la vida. Una buena pregunta lo es también en función de la actitud del que la hace; una buena pregunta es aquella cuya respuesta no condicionamos, es decir, aquella cuya respuesta estamos dispuestos a aceptar sea cual sea.
Una buena pregunta llama a la respuesta correspondiente, pero no como un proceso de pensamiento lógico-deductivo o como un proceso emocional (aunque pueda ir acompañado de ellos en alguna medida), sino como una iluminación de la consciencia, una certeza interior que además nos compromete, es decir, que se nos da “con la condición” de intentar aplicarla; solo al hacerlo, al intentar honestamente ponerla en práctica, estamos abriendo la puerta para la aparición de la siguiente “buena pregunta”.
A veces, una pregunta es tan ambiciosa que su respuesta es, en principio, muy vaga, y requiere, para su comprensión, de la formulación y respuesta previa de otras muchas pequeñas preguntas.
Este proceso de preguntas y respuestas nos da resultados muy valiosos, pero siempre, en gran medida, provisionales. Por eso se nos ha dicho: “estad dispuestos a abandonar la verdad de hoy por la de mañana” y “buscad más luz y se os dará”.
Así, comprendemos que el tránsito desde la adquisición de información a la experiencia subjetiva se produce mediante la conexión con la Fuente de Luz espiritual.
Por tanto, si bien la mente es necesaria para comprender lo que se nos transmite -por ejemplo, en este mismo artículo-, es más necesario aun trascenderla, dejarla atrás, para poder vivenciar el contacto con la Verdad Universal.
Parece una paradoja que estemos intentando razonar estas cosas y, además, en nuestro intento, encontremos siempre los obstáculos derivados del orgullo de adquirir información espiritual.
La transición de lo mental a lo verdaderamente espiritual se describe como pasar del “tener” al “hacer”, y del “hacer” al “ser”. Pues cuando pasamos del conocimiento al saber por medio de la acción, ello nos transforma, cambia nuestra identidad y nos permite una nueva mirada hacia la Verdad.
Además, esta transición se facilita cuando se renuncia al intento de controlar el proceso. Lo más importante es poner la fe y la confianza en la intención espiritual y rendirse a la Divinidad. Así se hace necesaria una actitud de entrega y rendición casi constantes, que queda favorecida por una profunda humildad.
Si lo conseguimos, si somos capaces de colocar nuestro instrumento, que es la mente, al servicio del Otro en nosotros, al servicio de la Divinidad, esa propia intención sublime puede hacer que la mente se santifique de tal modo que se convierta, en lugar de un obstáculo en el sendero, en un trampolín hacia el conocimiento de la Verdad.
El estudio espiritual llevado a cabo de este modo, tal como se ha intentado explicar, utiliza a la mente para revelar que ella misma debe ser transcendida, pasando del “saber acerca de” a “convertirse en”.