El Buddha, a semejanza de otros maestros hindúes de la época, enseñaba mediante la conversación o la plática. Siguiendo la costumbre literaria de su tiempo, daba forma y resumía sus doctrinas en frases breves y regulares llamadas suttas, las cuales amplió en diferentes ocasiones y de varias maneras. A falta de libros, tales suttas fueron la forma obligada para la preservación y difusión de las ideas.

Cuando falleció el Buddha, esas sentencias fueron recogidas por sus discípulos y reunidas en los Cuatro Grandes Nikāyas, pero solo pudieron alcanzar su forma definitiva alrededor de cincuenta años más tarde. Durante una o dos generaciones, los “libros”, tal como fueron reunidos, se transmitieron de memoria siendo, indudablemente, acompañados de un comentario libre cuando eran enseñados.

Alrededor de cien años después de la muerte de Buddha tuvo lugar un cisma en la comunidad, conservando cada una de las dos escuelas una diferente ordenación o disposición del canon. Estas escuelas, en los siglos posteriores, se subdividieron en otras y, muchas de ellas, tuvieron diferentes arreglos de los libros canónicos. Estos libros constituyeron la única autoridad en una época tan lejana como el primer siglo de la era cristiana, en e l Concilio de Karishka.

Estos libros, tal como actualmente los poseemos en pali, constituyen una prueba evidente de que datan del siglo V o, probablemente, del siglo VI antes de Jesucristo.

«Profunda, ¡oh Vaccha!, es esta Doctrina; recóndida y difícil de entender, buena, excelente y ni para ser alcanzada por la simple lógica, sutil e inteligible solamente para el sabio. Y es una doctrina ardua de Aprender para vosotros, los que pertenecéis a otra disciplina, a otra creencia, a otra fe, y os sentáis a los pies de otro maestro»

El Buddha.