A lo largo de la historia, siempre han existido personajes que, lejos de acomodarse entre los estrechos límites de lo establecido, han hecho gala de una enorme iniciativa por querer cambiar la mentalidad corriente, por aportar una perspectiva diferente a la actividad diaria o profesional de la época en la que viven. Su empuje y decisión llegan a ser tan inquebrantables e irresistibles que, aún sin pretenderlo, acaban generando toda clase de movimientos de simpatía y antipatía hacia su persona y su obra. Como consecuencia de todo ello, sus vidas, en comparación con la de la mayoría se tornar turbulentas y desapacibles, salpicadas de multitud de vicisitudes y acontecimientos, muchas veces extravagantes o incluso extraordinarios. Muchos de ellos son como «cometas» que, en un momento determinado y de forma inesperada, surcan nuestras acomodativas vidas y, con su estela de luz, nos invitan a descubrir nuevos caminos. Diríase, tal como preconiza la ciencia hoy día respecto a los cometas, que son verdaderos «sembradores de vida nueva« interestelares.
A nuestro entender, Teofrasto de Hohenheim más conocido como Paracelso, fue una figura semejante.